viernes, 2 de mayo de 2014

Viaje a Burgos (6)

Hoy cogemos de nuevo el coche por la mañana para hacer un itinerario circular por la BU-800.

La primera parada es en el monasterio cisterciense de San Pedro de Cardeña, donde quedó Doña Jimena mientras El Cid guerreaba y donde reposaron sus restos hasta que el abandono del monasterio motivó su traslado a la catedral de Burgos. Porque el monasterio sufrió dos expolios: la desamortización de Mendizábal y el saqueo de las tropas napoleónicas; pese a ello tuvo suerte, ya que al menos se mantuvo en pie, aunque muy deteriorado. Gracias a ello presenta una curiosa imagen, con la esbeltez, la altura y la luz del gótico y la (obligada) sobriedad más propia del románico, y que a mi me gusta. Nos guía un monje encantador, de una sencillez inusitada y todo afabilidad, y nos va explicando que la mayoría de las obras y restauraciones que podemos contemplar son obra de algunos de los hermanos: tapices, grandes lienzos murales, casullas ceremoniales primorosamente bordadas y hasta los mosaicos de taracea del suelo del claustro. Son pocos, apenas dieciséis, y no hay dinero, así que se hace lo que se puede. Eso sí: parte del suelo del templo es nuevo, lo puso la Comunidad Autónoma ¡y tiene hasta hilo radiante!; claro que se pone poco, porque es caro de mantener. Y es que en el monasterio hace frío, mucho frío: a pesar de haber acristalado la sala capitular que da al claustro encuentran hielo en la parte interior, y la única manera de entrar en calor es con el pico y la pala; incluso con guantes, jersey y un gorro de piel ruso no se llega uno a templar.

La sencillez y la paz que este monje transmite nos deja un recuerdo agridulce. La vida que nos describe parece tener un sentido que nada tiene que ver con esa sensación de pompa y boato que se desprenden de tantas noticias sobre temas religiosos. Ora et labora, y ambas con gusto, sin plantearse grandes cuestiones y sin más angustias que ver como su comunidad decrece y languidece, pero sin que ello perturbe su día a día. Personas así le reconcilian a uno con el mundo.

La segunda parada es muy diferente: la Cartuja de Miraflores, a las afueras de Burgos. Es éste un centro rico, con muchas ayudas y subvenciones, y se nota en cada detalle, desde la recepción, los guías, la documentación al alcance del visitante, el estado de conservación, la riqueza de su patrimonio y hasta su moderno museo. Es otro mundo, interesante y muy recomendable de visitar, pero en el polo opuesto del anterior. Dos detalles curiosos: es la cuna de un licor potente, el Chartreuse, cuya fórmula solo conoce un monje y la pasa en testamento a su sucesor y ¡en la tienda venden todavía juegos de diapositivas! Antaño eran la única forma de tener una imagen de recuerdo de un monumento, ya que la fotografía era cara, no se permitían las fotos y, cuando se podían hacer, nunca quedaban tan bien. Pero ahora, en el siglo XXI, encontrar diapositivas es sencillamente anacrónico.

Conseguimos mesa para comer en Casa Ojeda, un sitio tradicional de Burgos desde 1.912, muy bueno y agradable. A nuestro lado se sentaron el pedrojota Ramírez, tras hacerse notar en todo el salón, y don José Antonio Ortega Lara. Inevitable escuchar su conversación, más bien el soliloquio político del pedrojota, que empeoró cuando se dedicó a preguntar a su acompañante por detalles de su secuestro, por el asesino Bolinaga... impresentable. Pese a todo nos deleitamos con salteado de verduras, confit de lechazo, mollejitas de lechazo, tarta y milhojas de la casa. Un sitio para volver, sin duda.

Dedicamos la tarde al Museo de la Evolución Humana, parte de un complejo de tres edificios sobre el tema, creado a partir de los hallazgos de Atapuerca. El museo se puede definir con una sola palabra: excesivo. Puede explicarse lo mismo y mucho más claro en la décima parte de tiempo y de espacio; el planteamiento es absolutamente faraónico y no se sostiene ni aún en tiempos de bonanza económica, mucho menos en los actuales. Además, cada dos por tres aparece un guía del museo en una zona concreta y comienza una explicación de unos 15 minutos en una zona concreta, explicación que interrumpe la visita de quienes quieren seguir a su ritmo.

Dadas las fechas, está todo lleno; pese a ello encontramos mesa en Twenty, en Huerto del Rey 20, un sitio que no llama la atención, pero que está muy bien: el mejor jamón ibérico desde que hemos llegado.

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