martes, 20 de noviembre de 2012

Sanidad pública, sanidad privada...

Estamos viviendo tiempos muy turbulentos y que afectan a todos los ámbitos de nuestras vidas. De repente, todo aquello que en nuestra inconsciencia considerábamos seguro e inamovible se desmorona y nos enfrenta con nuestros peores temores y todo ha pasado de golpe y sin que nos lo merezcamos ni lo hubiéramos visto venir. Pero, ¿realmente ha sido así? ¿sin avisos ni señales? Si nos empeñamos en sacar agua del pozo sin usar la polea, dejando que la cuerda roce con el brocal, llegará un día en que se romperá y habremos perdido cuerda y cubo de repente ¿De repente?

Lo que ahora se llama pomposamente "estado del bienestar" es una serie de logros sociales que hemos ido consiguiendo a lo largo de muchos años y con el esfuerzo de todos. Y uno de los más importantes es sin duda el cuidado de la salud en sus tres facetas de prevención, asistencia y recuperación, gran logro que supone, sin embargo, un desembolso económico de proporciones gigantescas, y que se encarece día a día por los nuevos descubrimientos y los nuevos tratamientos. Dado que el así llamado Estado no tiene más dinero que el consigue de cada uno de nosotros parece lógico que los que administran esos fondos sean muy cuidadosos, más que si fueran suyos, y que los que los proporcionamos seamos muy exigentes con su gestión y con el control de las cuentas.

Desgraciadamente no ha sido así: los administradores han hecho una mala gestión de los fondos, cuando no los han malversado directamente, y los ciudadanos nos hemos inhibido, nos ha parecido suficiente pagar impuestos y hablar mal del gobierno, castigándole cada cuatro años, y mientras tanto hemos abusado de los servicios públicos en general y en especial de la sanidad.


- No pasa nada, paga el Estado.
- ¡Pero si el Estado no tiene dinero, que son nuestros impuestos!
- No importa:  ¿no ves que lo van apañando cada año?

Y lo que tenía que pasar pasó y llegó la crisis, a todo y también a la sanidad, aunque parecía imposible. Lo que ahora está pasando en Madrid es solo una muestra y no es, por desgracia, un caso aislado. Los profesionales de la sanidad pública con ya una cierta experiencia sabemos perfectamente dónde están los problemas, cuales son las bolsas de ineficiencia y qué remedios hay que poner, pero nadie nos ha preguntado, es más, cuando hemos propuesto soluciones no hemos sido ni siquiera escuchados. Los políticos de turno, sin cualificaciones para ello, están tomando decisiones de gran calado que suponen en la práctica un desmantelamiento del sistema y su venta al mejor postor, con terribles consecuencias a medio y largo plazo.

La sanidad privada tiene como objetivo conseguir beneficios. Es un negocio, tan respetable como cualquier otro, siempre que se tenga en cuenta que la honradez que debe presidir toda transacción comercial debe ser en este caso exquisita, dado el carácter del bien que se trata: la salud. Así entendida, la sanidad privada es una actividad absolutamente legítima y en la que todos conocen y aceptan las reglas del juego. Para ser rentable, esto es para conseguir más beneficios se pueden aumentar los ingresos, captando más clientes o subiendo las cuotas, y se pueden reducir costes utilizando solo los medios más adecuados en cada situción con eficiencia.


La sanidad pública pretende cuidar la salud de la población de forma global, y debe hacerlo con criterios de eficiencia, tanto social como técnica, siendo muy consciente del coste de los procedimientos y ajustándose para reducir el gasto. El objetivo es la eficiencia, no la rentabilidad, pero el problema ha sido el ya mencionado: no importa el gasto, el Estado siempre proveerá. En los últimos años se han visto iniciativas para cambiar este planteamiento dentro del marco sanitario público, pero han sido claramente insuficientes, han llegado tarde y se han encontrado de bruces con la tan temida crisis.

En Madrid estalló la bomba, por sorpresa, al inicio de un largo puente y con unas medidas tan radicales que han conseguido por primera vez unir a todos los sanitarios y a la mayor parte de la población contra sus gobernantes en un tiempo récord y con una fuerza como nunca se había visto. Estas medidas han puesto de manifiesto que la inauguración de hospitales innecesarios, la unificación de toda el área sanitaria y los coqueteos con empresas de sanidad privada para gestionar la sanidad pública no eran simples improvisaciones, sino que obedecían a un plan cuidadosamente estudiado para vender a bajo precio la atención sanitaria a empresas particulares. Y esto es muy peligroso por varios motivos:
  • La sanidad privada persigue obtener beneficios. Como no puede incrementar fácilmente sus ingresos, ya que recibe una cantidad fija por cada persona asignada, su único recurso es disminuir los gastos, pagando menos a menos personal, limitando pruebas y seleccionando solo enfermedades rentables.
  • Para intentar demostrar que la sanidad privada es más eficiente se ha atacado y descapitalizado la sanidad pública, y se han utilizado argumentos falaces e inexactos.
  • La sanidad privada no puede, sabe ni quiere gestionar la sanidad pública, y allí donde lo ha intentado ha fracasado.

¿Qué se puede hacer ante este despropósito? Pararlo como sea, antes de que sea demasiado tarde, ya que las consecuencias de no hacerlo se arrastrarán durante generaciones. Por primera vez se ha conseguido el acuerdo de los médicos entre sí, con el resto del personal sanitario y no sanitario y, lo que es más importante, con la población, que se ha implicado con una presteza y una intensidad como nunca se habían visto. Y una vez parado hay que hacer dos cosas: mantenerse en guardia permanente y, sobre todo, coger de una vez el toro por los cuernos, emprender "desde dentro" un proceso de limpieza y empezar cuanto antes una lucha por la eficiencia en todos y cada uno de los procesos asistenciales de la sanidad pública, basándose en criterios científicos y rigurosos.

De no hacerlo así, solo habremos retrasado un poco lo inevitable.