martes, 7 de mayo de 2013

Un viaje a Valladolid ( y VI)

El último día completo amanece radiante, y las calles están llenitas de gente. ¿Dónde estaban todos cuando hacía frío? Porque están en la calle a todas horas, aunque sea día laborable, y abarrotan las terrazas a poco sol que salga

Decidimos empezar por el parque del Campo Grande, bien provistos de galletas para los pájaros, los pavos, los patos, las ardillas... Es estupendo ver cómo se acercan a pedir comida con total confianza: esto dice mucho de la educación de la gente. Y me sigue sorprendiendo el parque en sí mismo, con su frondosidad y su silencio, pavos aparte, en mitad de la ciudad.

Visitamos la casa museo de Cervantes y el museo del Monasterio de Santa Ana, ambos pequeños y ambos, como es la tónica aquí, muy bien estructurados y llevados. Además, conseguimos ver por dentro las iglesias de San Benito y de María la Antigua. Estas iglesias solo pueden visitarse poca antes y poco después de cada misa: de hecho, van apagando las luces y dirigiendo al público a la salida unos diez minutos después.

La comida, con reserva, en La parrilla de San Lorenzo. Además de comer bien, la sensación que transmite es de calidad, de compromiso de todos y cada uno de las personas con el fin último: que pases un rato inolvidable. Tulipa de boletus con foie, lechazo asado, solomillo de ternera, tarat de las monjas (extraordinaria) y flan casero

Tuvimos la ocasión de ver la salida procesional de la Vera Cruz, sobria como ella sola y con enorme afluencia de un público silencioso y respetuoso. Luego repetimos cena de tapas en Los Zagales, y eso no solemos hacerlo, pero es que el sitio y la comida lo merecen.

Y la última mañana la dedicamos a las compras: quesos, dulces, y algún recuerdo; a callejear y a comer en El Caballo de Troya, otro sitio muy recomendable, con un comedor y una cocina estupendos, aunque la gente tira más por su taberna: quedará para la próxima vez. Cayeron entrecôt de ternera, carrilladas de buey, alcachofas con jamón ibérico, flan y leche frita.

Porque habrá próxima vez. Valladolid tiene muchos encantos, unos conocidos y otros algo más ocultos, y es una de esas ciudades donde vale la pena estar por el mero hecho de estar, caminado o sentado en una terraza, de compras o visitando exposiciones. Y sus gentes son muy formales, muy cordiales con apenas un punto de reserva, educadas y cultas y muy respetuosas con los demás y con su entorno. Y además está cerca y bien comunicado por carretera y por AVE: ¿qué más se puede pedir?

viernes, 3 de mayo de 2013

Un viaje a Valladolid (V)

Hoy tocaba salir de Valladolid. Destino: el Museo de las Villas Romanas en Almenara - Puras, a unos 45 km por la N-601. Me encanta el mundo romano, pero tampoco es cuestión de darse y dar la paliza recorriendo ruinas y yacimientos. Encontré esta referencia al bajar una aplicación de turismo vallisoletano y parecía una buena opción. Y lo fue, sin duda.

Sobre los restos de una villa romana, complejo de vivienda y explotación agropecuaria que junto con los campamentos militares fue el germen de muchas ciudades actuales, han levantado un complejo que incluye un museo, un a modo de enorme hangar que cubre todo el yacimiento, perfectamente restaurado y con una pasarela elevada que lo recorre, la reproducción de la vivienda y una zona de juegos infantiles ambientada en la época; como añadido inesperado tocaba una representación de un pequeño "sainete romano"interpretado por actores aficionados de la vecina Olmedo. La visita es amena, agradable, entretenida y muy instructiva; sales con una idea muy clara de la vida de la época.

Como se hizo un poco tarde decidimos quedarnos a comer en Olmedo; tuvimos que esperar en Los Caballeros, pero valió la pena: parrillada de verduras, las mejores chuletitas de lechazo hasta el momento, postre de yogur y un increíble helado de manzana. Muy buen ambiente y muy buena cocina.

Y ya que estábamos aquí, qué menos que visitar el Palacio del Caballero de Olmedo: otra enorme sorpresa. Sobre el papel de las guías es la historia del relato de Lope ambientado en un recorrido por el Siglo de Oro; en realidad es un paseo por una serie de salas con unos medios audiovisuales, una narrativa y unas escenificaciones espectaculares y dignas de cualquier circuito turístico. Pregunté al salir cuanto tiempo llevaban abiertos: ocho años, me respondieron, y ante mi extrañeza de que tanto el Museo de las Villas Romanas como el Palacio del Caballero fueran tan poco conocidos me explicaron que, al ser iniciativas básicamente locales, la Junta no se esforzaba mucho, y que toda la promoción se hacía con sus escasos medios y con el boca a boca.

Y lo mismo reza para el fantástico Parque Temático del Mudéjar, también en Olmedo. Dicho así puede sonar aburrido, pero nada más lejos de la realidad. Es un parque en el que hay reproducciones a escala 1:8 de muchos monumentos mudéjares, incluídos castillos en los que se puede entrar o, en mi caso, intentarlo. Es la obra de un artesano que reproduce ladrillito a ladrillito (que hace él mismo) todos los monumentos, y que se ubican en parque lleno de cursos de agua, arbolado y zonas de recreo y descanso que hacen la visita muy agradable.

En verdad llama la atención un detalle: no he encontrado en Valladolid una guía diferente a las dos que compré en Madrid, y esto es extraño, ya que lo habitual es encontrar en tu destino guías y libros de difusión local que complementan los que traes de fuera. Las obras que hay son estudios históricos y fotográficos de la zona, orientada más a residentes y a estudiosos que a visitantes.

Terminamos el día cenando de tapas: siguendo un sabio consejo fuimos a Los Zagales, justamente afamado establecimiento con muchos premios por sus originales tapas, y de tapas cenamos: bolsa de pan (bocadillito de calamares en una bolsita comestible), Obama en la Casa Blanca (huevo, cebolla tintada de negro, boletus y pan en un recipiente blanco semiesférico), Tigretostón (versión de pan negro del popular bollito), tierra, mar y aire (pincho de calamar, crema de pimiento y nube de CO2)...

jueves, 2 de mayo de 2013

Un viaje a Valladolid (IV)

Amanece un día fresco pero con sol a ratos y que invita a salir, así que empezamos con un corto paseo hasta el Museo Oriental, sito en el Real Colegio de los PP. Agustinos, con una larga tradición evangelizadora en Asia.

El museo es impresionante, tanto por cantidad como por la calidad de las presentaciones: harían falta varios días para poder apreciarlo en toda su extensión como es debido. Destacan las salas dedicadas a China, sin que las de Filipinas y Japón se queden atrás. No ha sido fácil decidirse: tras una visita fallida en la que ni siquiera contestaron al timbre fue necesaria una llamada telefónica para confirmar el horario y la disponibilidad.

A la salida aprovechamos el buen día para recorrer el Campo Grande: multitud de estanques y de aves por todas partes, sobre todo pavos reales que no paraban de exhibirse ni de chillar, amén de tres enormes pajareras, y todo ello en un entorno boscoso difícilmente asimilable al interior de una ciudad. Acompañamos un rato a la manifestación del primero de mayo de camino a la Casa Museo de Cervantes... cerrada, así que probamos suerte en el Museo de Arte Contemporáneo Español. Está situado en el llamado Patio Herreriano, anexo a la Iglesia de San Benito. Esta imponente iglesia, de construcción muy sólida y aérea, destaca aún más por estar casi vacía: su magnífico retablo se expone troceado en el Museo Nacional de Escultura. El museo se desarrolla alrededor de unos patios y la edificación respeta y complementa la obra existente, dando lugar, de nuevo, a un museo muy agradable de visitar y con sorpresas en cada sala. Eso cuando consigues llegar, claro: de nuevo falta la más mínima indicación.

Y esto me lleva a plantearme un rasgo del carácter vallisoletano en lo que respecta al trato al visitante. Están muy orgullosos de su patrimonio, lo cuidan y empiezan a darlo a conocer, pero no lo venden. Si uno está interesado se tiene que molestar en enterarse de lo que quiere, empezando por la propia Oficina de Turismo y siguiendo por la ausencia de indicaciones dentro de la ciudad. Si preguntas te ayudarán encantados, y una vez en el sitio se desvivirán por atenderte, pero el esfuerzo tienes que hacerlo tú: no te lo van a poner en bandeja ni a afear la ciudad con carteles para tu comodidad. Ignoro si en otros aspectos de la vida actúan de la misma forma, pero esta actitud con el turismo... me gusta, decididamente.

Intentamos comer en La parrilla de San Lorenzo, imposible sin reserva en un día festivo: al menos nos dieron una tarjeta para llamar otro día. Probamos en La Criolla, otra vez en la calle del Correo: lleno pero sin problemas: trabajan muy bien y deprisa sin dar sensación de agobio; la carta es variada y con muchas ofertas y el precio razonable. Cayeron una menestra de verduras de temporada, carrilladas de buey, pastel de lechazo, hojaldre tradicional y arroz con leche con helado de queso. Un sitio para volver

Tarde tranquila que aprovechamos paseando por las orillas del Pisuerga, muy bien aprovechadas para el ocio y el paseo. Por cierto, en cuanto mejora el tiempo, la gente abarrota las calles, tan vacías y solitarias cuando llovía, y hasta bastante tarde.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Un viaje a Valladolid (III)

Bueeeno... ¡hoy no llueve! Sigue haciendo frío, eso sí, pero apenas sopla el viento. Es un placer caminar por la calle pudiendo levantar la cabeza y ver las fachadas con sus balconadas acristaladas y  la decoración multicolor de muchas de ellas. Vamos a dar un paseo hasta el Museo Nacional de Escultura.

Lo primero de todo es saber dónde está, ya que no hay ninguna orientación por las calles: la referencia es el Colegio de San Gregorio, que junto al Palacio de Villena y la Casa del Sol de la misma calle conforman el museo. Llama la atención nada más entrar lo cuidado del diseño y de los acabados, que ofrecen amplitud y comodidad sin desmerecer el entorno: sin duda un planteamiento digno de cualquier museo en cualquier país. Y esto me lleva a preguntarme ¿por qué no hay más facilidades para el viajero? La respuesta posiblemente mañana, tras la visita correspondiente y si se confirman mis sospechas. Porque visitamos al salir la plaza del Coso: una placita sobre un antiguo coso taurino, remodelada como una corrala redonda de tres pisos de altura centrada por un jardín, y a la que se llega después de una detenida búsqueda y de probar varias posibles entradas: de nuevo, ni una sola señal.

Debo confesar que el arte no es lo mío: me debe faltar algo de serie para apreciar toda su belleza y trascendencia, mientras que la tecnología me cautiva aunque no la entienda del todo. Sin embargo, este museo tiene algo especial, quizá la proximidad de las piezas, lo cuidado de la exposición, lo documentado de las explicaciones, la amabilidad del personal o una mezcla de todo ello, hasta el punto de haber disfrutado mucho con la visita. Tanto, tanto que no hemos llegado a tiempo para ver la Catedral: la mayor parte de los sitios visitables cierra durante la comida (y la sobremesa).

Como no queríamos irnos muy lejos a comer para poder hacer la visita por la tarde, elegimos una recomendación de la guía: el restaurante Gabino, sito en la calle Angustias 3, en un primer piso al que se accede por una crujiente escalera de madera de casa de vecinos. Porque es, en efecto, eso mismo: uno o dos pisos de una casa antigua acondicionados como restaurante, pero con mucho gusto y acierto. El trato es exquisito, la comida sorprendente y el precio ajustado; se puede comer a la carta o elegir entre tres menús de diferente precio. Pedimos carpaccio de langostino con boletus, saquitos de morcilla de Cigales, carrillada de ternera y entrecot; los postres y la copita, a cuenta de la casa. Un sitio muy, muy recomendable.

La Catedral está sin acabar: el proyecto original apenas se cumplió en un tercio y para colmo de males una de las torres se desplomó a causa del terremoto de Lisboa. Y eso se nota al entrar en la nave: da sensación de inacabada, con proporciones que chocan y con muy poca luz. Sin embargo, el Museo Catedralicio es otra historia: se inauguró en 1.995 y se construyó sobre los restos existentes de los siglos XI al XV. Es amplio y luminoso, y da una idea de lo que la Catedral podría haber llegado a ser. La exposición es diferente a las de la mayoría de los museos catedralicios: bien diseñada y distribuida, sin excesos, invita a recorrerla y a fijarse en cada detalle.

Tras un merecido descanso salimos a dar un paseo y a cenar de tapas en La Balconada, de nuevo en la calle del Correo. Esta calle es todo un descubrimiento. Mañana es primero de mayo: ya veremos qué nos dejan hacer.

Un viaje a Valladolid (II)

El hotel, que prometía mucho, está cumpliendo. La llegada, sencilla y rápida, el aparcamiento perfecto (de los de ascensor para el coche), las instalaciones de lujo y la habitación de ensueño. Sumemos un entorno tranquilo y agradable, a un paseo del centro, y un desayuno continental servido en mesa en vez de buffet: esto marcha.

Sigue haciendo frío y llueve, con el agravante de que por ser lunes están casi todos los sitios visitables cerrados. Nos acercamos a la oficina de información de turismo y nos llama la atención que es de autoservicio: las personas al cargo están dentro, en unas mesas, por si se te ofrece algo, pero no te reciben. Es chocante, pero creo que casa con el carácter de esta ciudad y que empiezo a entrever; lo confirmaré (o no) en próximas entradas.

Cuando toca hacer turismo a pie con mal tiempo pasan dos cosas: entras en cualquier sitio con cualquier excusa, desde una exposición a El Corte Inglés, para entrar en calor, y caminas con la cabeza baja, y te pierdes muchas cosas. Aún así, la ciudad tiene ese aire especial que solo la lluvia puede dar, esa sensación indefinible de melancolía mezclada con prisas.

Buscando el famoso restaurante El Caballo de Troya encontramos Las Cuevas (calle del Correo, 4), un sitio tradicional al que se accede por unas escaleras y que te transporta a primeros del siglo pasado. La cocina es típica castellana: sopas castellana o de pescado, rabo de buey, chuletillas de lechazo, postres caseros y café de puchero. Al pedir un cortado, el camarero dijo: "Le pongo leche desnatada"... y añadió un chorrito de aguardiente de orujo. Tenía razón: no hacía falta leche.

Por la tarde, y aprovechando que llovía menos, paseamos por el Campo Grande, lleno de aves y con unas enormes pajareras donde conviven desde faisanes a periquitos, pasando por gallinas calzadas, cotorritas y un sin fin de pájaros que no se dejaban identificar. Pensamos acercarnos al río, pero el tiempo acompañaba cada vez menos, así que buscamos para cenar una marisquería muy popular: La Mejillonera, con raciones de marisco muy bien hechas y a buen precio. Sin ganas de pasar más frío, decidimos tomar una infusión y una copita ya en el bar del hotel, muy agradable.

Mañana hará mejor tiempo y estará todo abierto...

Un viaje a Valladolid (I)

A la cuarta va la vencida: por fin hemos podido salir de viaje en mayo tras tres años de sucesivas anulaciones por problemas familiares. De todas formas no tentaremos a la suerte con destinos exóticos o lejanos: vamos a conocer Valladolid y sus alrededores. ¿Valladolid? Pero ¿qué hay que ver en Valladolid? De eso se trata, de descubrirlo poco a poco, de forma muy pausada y tratando de conocer el lugar y a sus gentes, calidad frente a cantidad.

Voy a ir poniendo las entradas sin fotos: incluirlas sin el ordenador es un dolor y no acaban de quedar bien. A la vuelta las iré añadiendo despacito.

Empecemos por el viaje en sí mismo: sin madrugones, despacito, que es autovía y parar a comer en el Parador de Tordesillas. Confieso que me gusta comer en los Paradores, aunque se hable mucho de su desfavorable relación calidad / precio, y quizá se deba a que suelen estar situados en entornos privilegiados, y esto también cuenta. En éste de Tordesillas, además, se come muy bien: los platos tienen la cantidad justa para disfrutar sin saciarse y la cocina es excelente, sobre todo la regional: un gallo de corral a la tordesillana delicioso, una parrillada de verduras de la tierra en su punto justo y unos postres de requesón y queso fresco para dejar un buen sabor de boca.

Un paseíto y ya en Valladolid. Me gusta conducir (y no tengo un BMW) y leer los mapas, pero reconozco que para llevarte al hotel en una ciudad desconocida el GPS no tiene rival. Poca gente por la calle, es domingo a fin de cuentas, y en seguida en el hotel. Cuando se escoge un hotel por Internet se puede hacer uno una idea bastante aproximada de lo que va a encontrar, y en esta ocasión la elección ha sido muy certera. El hotel Boutique Gareus, muy recomendado, está situado al lado del parque del Campo Grande y anuncia que casi todas sus habitaciones son interiores, lo que se agradece siempre a causa de los ruidos del tráfico. Y el hotel es sorprendente y muy agradable; aconsejo mirar su página web.

Una vez acomodados salimos a dar un paseo. Para empezar, hace un cierto frío y sopla un vientecillo curioso y ciertamente molesto, pero eso no parece molestar a los del lugar, que pasean como si tal cosa; sorprende tanta actividad a última hora de la tarde de un domingo. Decidimos llegar a la Plaza Mayor y dar una vuelta, pero acabamos en una exposición de Picasso en la Iglesia de la Pasión: además de arte, tiene calefacción. Suave cena de tapas en la Plaza y al hotel, que hace cada vez más viento y más frío.

Mañana será otro día, pero dicen que hará malo. Ya veremos...