sábado, 30 de junio de 2012

Sexto día: rematando cosas pendientes

Cuando viajo me gusta recrearme en lo que me rodea, "perder el tiempo" en observar, escuchar, callejear y en buscar pequeños detalles. Por eso no me va el ver muchas cosas, y cuando comento luego el viaje la gente se sorprende: ¿Y no te dio tiempo a verlo todo? ¿Y no hicísteis excursiones a...?. Pues no, mire usted: prefiero quedarme con pequeños recuerdos entrañables que con una larga lista de lugares visitados y que luego se acaban confundiendo en la memoria.

El día de hoy tenía como objetivo principal la librería Lello, tan conocida como carismática y que por sí sola justifica un viaje a Oporto. Hay que dedicarle tiempo, empaparse con sus detalles, recordar sus olores (cada zona huele de manera diferente), tocar sus maderas... Es un poco difícil abstraerse por la gran cantidad de curiosos que por ella deambulan, por sus intentos de hacer fotografías y por el empeño de sus dependientes en impedirlo. Y compré un libro: un pequeño diccionario de bolsillo portugués - español.

Luego, y ya puestos, visitamos la Torre de los Clérigos, barroca y la más alta de Portugal, con sus 224 escalones, asumibles; recuerdo con horror las escaleras de la torre del Castillo de Praga, interminable, claustrofobizante y nada ventilada. La iglesia adjunta es de planta elipsoidal, única en su género. Muy cerquita, la Iglesia del Carmo y su enorme fachada de azulejo. Tras pasear un poco llegamos al Mercado del Bolhao, que sigue en el siglo XIX hasta en la higiene. Dicden las guías que lo mejor son los vendedores y sus pregones, pero la impresión que da es la de haberse quedado desfasado: tal y como sde ha conseguido en otros centros de Oporto, el mercado debe sufrir una modernización que conserve su espíritu o se verá abocado al cierre.

Repetimos comida (no solemos hacerlo en los viajes) en La Riberira, en Avó María, y probamos las famosas tripas (callos). Los barcos que partían de Oporto en largos viajes cargaban la carne y desechaban las tripas, y los portuenses las aprovecharon para hacer con ellas su plato emblemático: de ahí que se les denomine tripeiros. Son unos callos con alubias y una salsa suavemente picante, y que se sirven acompañados de arroz blanco a voluntad para empapar y aprovechar dicha salsa.

Con tan buen sabor de boca y para ayudar a bajar la comida nos acercamos a la antigua Bolsa de Portugal y actualmente Cámara de Comercio de Oporto. Se recorre medianta una visita guiada muy amena y simpática y es sencillamente impresionante: salones de maderas nobles perfectamente conservadas, salas en las que la madera y el metal de las paredes son en realidad estuco pintado por unos artesanos que se preciaban de poder imitar así cualquier material, mesas enormes de marquetería fruto del trabajo de un artesano durante tres años y sólo con una navaja...

Y como estábamos pasando a diario con el autobús por delante del Parque del Palacio, nos llegamos a él después de callejear por znosa que no figuran en las guías pedro que concentran el espíritu portuense de trabajo, respeto y cordialidad. Casas muy viejas y rehabiloitaciones preciosas, aunaque aún escasas, pero que dan una idea de en qué puede llegar a convertirse Oporto. El parque en cuestión es amplio, hermoso, bien situado sobre una hoz del Duero, del que permite espectaculares vistas, y, sobre todo, lleno de todo tipo de aves que conviven con los paseanjtes, incluso con los niños, sin ningún temor ¡hasta los pavos reales se meten entre las mesas de las terrazas y piden de comer! Esta imagen dice mucho del carácter y la educación de los portuenses.

viernes, 29 de junio de 2012

Quinto día: cerca del agua

¡A la playa! Bueno, en realidad, a conocer las playas de Oporto y a recorrer sus largos paseos marítimos. El autobús deja en la misma playa, y compartimos viaje con bañistas y surfistas. Hay más de 12 kilómetros de paseo por la orilla del mar y por la margen derecha del Duero: hicimos los primeros a pie y el resto en autobús, lo que nos permitió hacernos una idea de conjunto de unas zonas que aún no conocíamos.

Llama la atención la limpieza de las playas y la gran cantidad de aseos públicos, inmaculados. Los puestos de vigilantes del ISN (Instituto de Socorro a Náufragos), consisten en una tabla de surf, dos flotadores, un pequeño torno con cuerda y una cesta de productos de primeros auxilios, y está situado sobre la arena, como si de unos bañistas más se tratase. De vez en cuando pasa una patrulla de Policía Marítima: poca Policía se ve por estos sitios, si bien todo respira calma. En los viajes en autobús llama la atención lo amable de la gente y laa facilidad con la que se entablan animadas conversaciones en voz alta entre perfectos desconocidos, de forma muy jovial.

Nos decidimos a comer en un ¿restaurante? ¿chiringuito? de la playa, y, como de costumbre, tanto la atención como la comida fueron excelentes. El sitio se llama Lais de Guia y está en la primera playa de Matosinhos.

Y como nos faltaba el Duero, después de comer hicimos el típico recorrido en barco bajo los seis puentes. Se aprecian detalles de las casa de pescadores imposibles de ver desde tierra. Hay otros cruceros que remontan el Duero mediante esclusas y que duran todo el día: llegan hasta los orígenes del vino, tierra adentro.

Para cenar hemos elegido el restaurante Guarany, en la Plaza de los Aliados, conocido también como el café de los músicos, como pudimos comprobar, y no porque al final del partido entre Italia y Alemania un espontáneo se arrancase con "O sole mío" (muy aplaudido, por cierto), sino por la actuación de fados que tuvo lugar luego. La verdad esd que en este viaje no habíamos previsto una noche de fados, pero llegó sola y fue por ello más apreciada.

jueves, 28 de junio de 2012

Cuarto día: contacto con las carreteras

Una vez informados por un simpático taxista sobre los peajes "normales" de las autovías que van hacia el norte, y descartada la opción de untilizar carreteras de doble sentido, hemos pasado el día en Guimaraes y Braga. Las autovías son excelentes y los conductores portugueses... hay que entenderlos, y una vez entendidos dos conceptos clave es más fácil convivir con ellos. Primer concepto: un conductor portugués siempre conduce contra algo o contra alguien. Parece que así compensan la educación y la amabilidad que demuestran cuando van a pie. Segundo concepto: las normas de tráfico son más una sugerencia que una imposición: los semáforos, las obligaciones de ceder el paso, de señalizar cambios de carril e incluso los pasos de cebra (que suelen ser respetados) son más una norma que una ley. Entendidas estas dos premisas, la conducción se hace más fácil y fluída.

Así las cosas y sin contratiempos dignos de mención llegamos a Guimaraes (bendito GPS), capital cultural 2012, con todo el sabor de una ciudad medieval y una organización de los espacios modernos, muy cómodo para el visitante. Para emoezar, hay varios aparcamientos, amplios y cómodos: buen comienzo. La oficina de turismo informa con detalle y entrega una guía con mapa, muy completa, así que empezamos la visita. El castillo, el muy bien restaurado palacio de los condes, la iglesia de San Miguel, el museo Sampaio y, sobre todo, las calles y plazas. Comimos en el Solar do arco (www.solardoarco.com), un pequeño y coqueto restaurante de la parte antigua, citado en las guías Michelín desde 2008, con una distribución, una atención y una carta exquisitas. Muy recomendable.

Tras la comida nos desplazamos a Braga, ciudad más bulliciosa y comercial, con unas calles de tiendas "de toda la vida", y que estaba a rebosar de gradas y pantallas ggigantes para ver el partido de la Eurocopa. GRacias a ello pudimos encontrar sitio en el café La Brasileira, imprescindible y muy antiguo, y nos refresacmos, que falta nos hacía.

De vuelta en Oporto cenamos en un italiano: podría decir que por su encanto, su cocina y sus precios; en realidad, porque era de los pocos sitios que no tenían puesto el fútbol. Eso sí: al salir y pasear llegamos a la plaza Aliados justo a tiempo de ver en la pantalla gigante la victoria de España y en la calle la amarga decepción de los portuenses.

Tercer día: un poco de cultura

Hace un par de años descubrimos en Lisboa la Fundación Gulbenkian, dedicada a la promoción del arte y con un museo en un parque precioso y de visita muy agradabla, incluída la posibilidad de comer en un entorno agradable. Con esta idea hemos visitado la Fundación Serralves, de nuevo con museo y parque. Debo confesar que carezco de los decodificadores necesarios para apreciar el arte en su conjunto: sé lo que me gusta y lo que no y me decanto por las artes aplicadas o directamente la ingeniería. A pesar de ello disfruté en el Gulbenkian y esperaba hacerlo también en Serralves. Y lo hice, pero de otra forma.

La visita comienza por el museo, más bien por una serie de exposiciones temporales, lo que ya marca una notable diferencia, porque el Gulbenkian dispone de fondos propios además de las ofertas temporales. Y mi resumen fue que no comprendo el arte conceptual: o bien son conceptos tan sutiles que se me escapan o bien siento que me están tomando el pelo. Una sala enorme, de dos niveles, en la que unas cuantas fotografías trucadas y repetidas hata el aburrimiento comparten paredes con brochazos y desconchones, con cables asomando por los agujeros, en cuyo suelo hay restos de cuerdas, plásticos y piedras y cuyos espacios están atravesados por piedras que cuelgan de palos, a su vez sujetos con cuerdas... lo siento: no me llega.

Los jardines, bosques más bien, son ya otro cantar. Se construyeron a principios del siglo XX y ocupan 18 Ha, y hay una enorme variedad de flora y de fauna. Se echa un poco de menos algo más de información, al estilo de nuestro querido Jardín Botánico, pero es muy agradable.

El restaurante ofrece para comer un estupendo buffet, con cantidad y calidad de platos, y con unas vistas espectaculares. Al parecer, en las cenas se ofrece alta cocina de chefs internacionales.

Parece que no, pero toda la mañana y parte de la tarde de museos y parques cansa un poco; esto, unido a una inexplicable concatenación de retrasos en los autobuses (cuatro certificaciones de calidad tienen, nada menos) nos hicieron utilizar taxis el resto del día... y eso supuso abonar dos € más que si hubiéramos ido apretujados en el autobús que por fin se dignó aparecer. Espero que sea un problema puntual, porque hasta ahora funcionaba de maravilla.

Terminamos el día con una cena suave en el Majestic, cafetería modernista y símbolo de la intelectualidad y la rebeldía social de mediados del siglo XX. Recientemente restaurada, conserva todo el esplendor que le dió fama y es casi visita obligada.

martes, 26 de junio de 2012

Segundo día: contacto con Oporto.

Ha sido un día de contacto con Oporto, sin prisas. En primer lugar no s hicimos con la tarjeta Andante, que permite moverse con los transportes públicos durante 24 ó 72 horas. Ya lo intentamos ayer, pero las cuatro máquinas de la estación estaban fuera de servicio.

Siguiendo los consejos de las guías, empezamos por lo más alto, en la Sé o catedral. Es imponente pero nada especial; el claustro es lo que más se aprecia, así como las vistas de la ciudad. Luego bajamos por unas estrechas y muy típicas callejuelas hasta el puente de Luis I. Este puente sobre el Duero tiene dos alturas; por la superior circula el Metro, a tu lado y sin más separación que unos pivotes, y otra inferior, por la que circulan los coches y que tiene aceras. Lss vistas desde la parte superior son impagables, y se llega en un suspiro a la zona de Gaia, donde se almacena el famoso vino de Oporto. Como el puente queda muy por encima de los tejados de las casas tuvimos la oportunidad de ver muchos pollos de las omnipresentes gaviotas, que aprovechan los recovecos para esconder allí a su prole.

Paramos a comer en la zona de la Ribeira, recientemente restaurada. Donde ahora hay restaurantes y tascas había antes casa de pescadores y, lo más importante, almacenes poara recoger las barcas, ahora reconvertidos en comedores. Comimos en Avó María (www.restauranteavomaria.com), muy bien y muy sencillo: los entrantes que te ponen, avisando de que si no los quieres los retiran (costumbre del país, aunque en otros sitios no tre avisan, piensas que es un detalle y luego te lo cobran), rodaballo y lubina a la plancha con guarnici´pn de verduras, exquisitos y frescos, y postres locales. Todo muy bueno y con un servicio impecable: el lugar es muy recomendable.

Aunque hacía un calor de mil demonios, decidimos visitar tras la comida la iglesia de San Francisco, barroca donde las haya pero sobre una base gótica: es curioso ver las columnanas góticas parcialemnte forradas de ornamentos barrocos de madera dorada. Y lo más espectacular son las catacumbas con cientos de sepulturas (hasta 1897 no se habilitaron cementerios públicos) y un enorme osario que se ve desde un agujero en el suelo. Por ciertyo: el guardia de seguridad nos abordó para decirnos que España iba a ganar a Portugal (??) porque Ronaldo se lo tiene demasiado creído (???)

Tras la visita descanasmos en el hotel: nuestros viajes son de relajo, no de matarnos, así que por la noche fuimos a cenar ligerito en una cafetería moderna de la Ribeira, para ver caer la noche e iluminarse el Duero. La vuelta al hotel, en taxi, que ya no había autobnuses. El taxiste tenía puesta la radio y hablaban los polñiticos prtugueses: calcaditos a sus homólogos españoles. Aquí el taxista se animó, empezamos a hablar de la situación, los políticos, la crisis... y acabamos arreglando no ya el país, sino la península entera.

lunes, 25 de junio de 2012

Primer día: contacto con Portugal

Este primer día ha sido el del estreno en carretera del coche nuevo, postpuesto por problemas familiares desde hace meses. Hay que reconocer que esto de circular por autovía y con el control de crucero, ese artilugio que se encarga de mantener él solito la velocidad sin que hayay que llevar pisado el acelerador, es un curioso invento.

Como nos gusta disfrutar del viaje hemos parado a comer en el Parador de Ciudad Rodrigo. Es aconsejable dejar el coche fuera de las murallas de la ciudad y caminar un poco, para apreciar la belleza del lugar y la amabilidad de sus gentes. Este mismo paseo ayudará a la vuelta a asentar un poco el estómago antes de coger el coche. En muy pocas ocasiones no he comido a mi gusto en un Parador, y tiendo a buscarlos siempre que puedo. Cuando viajo a la playa paro en el de Albacete, que además de contar con un buen restaurante dispone de una cafetería donde se puede comer muy bien y ligero a base de tapas. En el de Ciudad Rodrogo, nada que objetar unos entrantes de arroz cortesía de la casa, una ensalada de quesos de la tierra y frutas, un picadillo charro y un milhojas de bacalao, terminando con cuajada de la casa y macedonia de frutas. Ligero, como correspponde a un viaje, y muy bueno.

Y llegamos a la frontera de Portugal. Ya me habían avisado de lo complicado que es el sistema de peajes de las autovías lusas y lo había mirado en Internet: gracias a eso llevaba una idea aproximada. El sistema es tan complejo y absurdo que me temo quieran implantarlo en Madrid. A lo largo de ciertas autovías hay una serie de arcos con cámaras que fotografían a cada vehículo que pasa; cada arco está marcado con un precio y el total del viaje debe ser abonado ANTES de entrar en la autovía, pero ¿cómo saberlo? A no ser que te hayas informado antes, es imposible. La máquina que expende el billete es buena, pero podía tener, por ejemplo, la lista de los destinos más comunes. Muchos conductores prefieren arriesgarse a la multa si les pillan (diez veces el importe). Curiosamente, en otras autovías sí hay sistemas tradicionales de pago.


Gracias al GPS llegamos a la pueta del hotel sin problemas. Buen hotel: cinco estrellas de verdad (una oferta; si no, imposible). Un lujazo, como nunca habíamos tenido. Un poco retirado del centro, pero tranquilo y bien comunicado... con un sistema de transportes tan caro y complejo como el de las autovías. Menos mal que el puesto de información de turismo había una señorita... de Ponferrada, que nos aclaró todo.


Cenamos de tasca en la zona típica de la Ribeira del Duero, en una gran mesa compartida y con mucho ambiente. Luego un paseíto, corto pero cuesta arriba: ¡esto es como Andorra: vayas o vuelvas, siempre es cuesta arriba! Y al hotel en taxi, que el último autobús pasa a las 21:14 horas.


La primera impresión de Oporto es muy favorable, a pesar del estado de abandono de muchas zonas, no por dejadez sino por escasez, me temo, pero las gentes son amables y muy laboriosas. No se quejan de su suerte y se esfuerzan por salir adelante.

Sigo sin poder subir las fotos: parece que el navegador del iPod y el Bloggerno se entienden muy bien. Y con la ortografía pasa lo mismo, así que me disculpo si se cuela algún error.

La aventura de viajar

Lo reconozco: me cuesta mucho ponerme en marcha cada vez que viajo, se me hace tan cuesta arriba que desearía no tener que moverme, Y lo curioso es que lo paso bien preparando las cosas y que luego disfruto desde el primer momento y hasta el último.

Ahora mismo estoy en Oporto; esta misma mañana estaba en casa, a casi 600 kilómetros; tras un viaje muy agradable, por autovía, con aire acondicionado, con parada para comer en un sitio precioso, estoy escribiendo estas líneas a orillas del Duero. ¡Qué lejanos parecen aquellos viajes por carreteras de doble sentido, asados de calor, interminables y con bocadillo al borde del camino! Quizá por eso aprecio tanto lo que ahora tengo.

Voy a aprovechar estos días de vacaciones para escribir sobre éste y quizá otros viajes, pero eso será a partir de mañana, que por muy bien que se haya dado el asunto, estoy cansado. Y triste por otro motivo, que acabo de comentar en el blog. No podré poner imágenes, me temo, porque el Blogger no se está entendiendo muy bien con el iPod, pero intentaré hacerlo cuando vueva.

In memoriam: @albahapy

Con enorme dolor acabo de leer en Twitter que Alba, una niña de apenas doce años, con leucemia de mala evolución, acaba de fallecer. Y he llorado, no se si por ella o por mi; seguro que por su madre y por el grupo de amigos físicos y virtuales que la apoyaban, que decidían quien podía hablar con ella y que nos comunicaban su estado cuando ella no podía.

Entré en Twitter para seguir a Alba, aconsejado por mi mujer. Era ciertmente una criatura especial y de gran corazón, muy valiente y animosa, y cuyos comentarios eran siempre un soplo de aire fresco, aunque estuviera harta de los tratamientos, enfadada por no poder estar más tiempo con el ordenador o simplemente hablando de sus cosas con sus amigas.

Parece mentira que se puedan crear lazos de esta manera con personas a las que nunca hemos visto, y que se pueda sentir tanto su muerte. Aunque falten la mayoría de los elementos que constituyen la auténtica comunicación, es indudable que las redes sociales están siendo capaces de cambiar nuestra manera de estar presentes en este mundo.

Hasta siempre Alba, bella hada; dulces sueños. Sit tibi terra levis.

lunes, 18 de junio de 2012

Incomunicación digital

Hace unos días fuimos a comer a un restaurante, para celebrar el cumpleaños de mi queridísima mujer. Me llamó la atención la familia de la mesa de al lado: una pareja madura, sus dos hijos de unos ocho y doce años, y la abuela, posiblemente la madre de ella. Formaban un grupo tranquilo: los niños alternaban la comida con la manipulación de sus tres consolas, sin estridencias ni roces; los padres hablaban entre sí con pocas palabras, y la abuela intervenía poco y con monosílabos, más interesada, si no resignada, en dar buena cuenta del vino, un tinto de Rueda.

Cuando llegaron los postres los niños dieron buena cuenta de sus helados en un santiamén y se dedicaron con todas sus fuerzas a salvar el mundo de las amenazas que aparecían en sus consolas. Por su parte, los padres sacaron sus teléfonos móviles de pantalla panorámica y se sumergieron en su hechizo, ajenos al mundo que les rodeaba; no pude saber si hablaban con alguien o entre ellos. Y la abuela... dormitaba, con la inestimable ayuda del delicioso vino.

Es cada vez más habitual encontrar personas que caminan, viajan o comen enfrascados en sus artilugios electrónicos, sin prestar atención a nada de lo que les rodea, y hasta el punto de aislarse de una agradable comida o de su correspondiente sobremesa, tecleando con furor, riéndose de lo que las maquinitas les van diciendo y hasta enfadándose cuando la conexión no es lo que debería ser.

En este maravilloso mundo digital y de comunicaciones globales, lleno de posibilidades y que tanto nos maravilla a los que hemos conocido otros tiempos mucho más austeros, nos encontramos cada vez más con un fenómeno de aislamiento ¡porque algunas de estas "comunicaciones" se producen entre personas que están en el mismo comedor, en la misma oficina y hasta en la misma mesa! Es un doble despilfarro: estamos ocupando un ancho de banda de radio de forma innecesaria y, sobre todo, estamos perdiendo aquello que nos hace más humanos e inteligentes: la comunicación mediante el lenguaje. Ya no escribimos: tecleamos; no hablamos: twiteamos; no nos vemos: nos wasapeamos y nos mandamos fotos de lo que estamos haciendo en cada momento...

 Es necesario que nos paremos a pensar un poco y tomemos conciencia de lo que estamos haciendo con las inmensas posibilidades que nos brindan el progreso y la tecnología, y recordar que su objetivo es hacernos la vida más fácil y mas rica, y no más superficial y empobrecedora. Es un peligro real apenas advertido, pero que acabará pasando factura no solo individual, sino al conjunto de una generación. Aún estamos a tiempo de evitarlo.

martes, 12 de junio de 2012

Saldremos de la crisis, sí, ¿y del problema?

Los recientes acontecimientos económicos (parece que no hubiera otros) han hecho crecer un puntito de esperanza en los corazones de muchas personas. Es bien cierto, como los economistas sensatos (que los hay) no dejan de recordarnos, que no se pueden echar las campanas al vuelo y que este proceso será largo. Los que ya peinamos canas recordamos épocas aun recientes de bastantes apuros, no tan globales, es cierto, ni tan publicitados, y de las que acabamos saliendo, así que es posible que ésta no sea tan diferente. ¿O sí?

El meollo del asunto es identificar con claridad el origen de los problemas y no quedarnos en la superficie, ya que corremos el riesgo de poner la solución donde no está el problema sino donde éste se manifiesta. De la crisis saldremos, desde luego, si bien no exactamente igual que como entramos en ella, pero la crisis es solo la superficie: en el fondo se ocultan dos terribles monstruos que llevan ahí mucho, mucho tiempo, y a los que apenas hemos podido tapar un poco en los últimos años, de modo que siempre resurgen cuando más daño pueden hacer.

El primero es una carencia de valores morales. Deslumbrados por las lentejuelas de lo que hemos dado en llamar progreso hemos ido poco a poco aceptando que casi todo vale para conseguir un objetivo, que no hay por qué esforzarse, esperar, ahorrar, ayudar, pensar en los demás... a fin de cuentas, en esta carrera a ningún sitio todo vale porque creemos vivir en un videojuego que siempre se puede reiniciar y volver a jugar. La codicia desmedida y la indiferencia por el sufrimiento ajeno (no digamos por el bienestar) nos han llevado al momento actual: unos valores morales habrían impedido esta debacle.

El segundo es una preocupante carencia de tejido innovador y de conocimiento que siente las bases para una sociedad altamente formada y capaz de competir en cualquier escenario. Los diferentes y a menudo esperpénticos planes de educación que hemos sufrido en estos años, la alta tasa de fracaso escolar, el bajo nivel de nuestros estudiantes y el efímero atractivo del trabajo de escasa cualificación como medio de rápido enriquecimiento y en detrimento de los estudios nos han llevado a tener dos generaciones con serios problemas de cualificación.

La solución a estos dos problemas y por ende a la crisis es fácil de calcular: la educación. Educación en valores, propiciados desde y sobre todo en las familias, favorecida por un entorno social en el que los valores morales sean una seña de identidad, y cuyo sistema educativo apueste de forma inequívoca por ellos. Y también es necesaria una educación de calidad, perfectamente orquestada y adaptada a la realidad de los tiempos, sin influencias políticas ni doctrinales y con una continuidad de sus líneas fundamentales a lo largo de generaciones.

El problema es que la educación supone un esfuerzo, una inversión cuyos resultados tardarán en ser palpables entre 15 y 20 años, y que requiere de un gran esfuerzo de consenso entre las fuerzas políticas y la sociedad, por encima de quien quiera que sea el gobernante de turno. Esto es lo que debemos exigir, y debemos hacerlo ya, porque si dejamos pasar el tiempo no solo tardaremos más en conseguirlo: además tendremos la rémora de varias generaciones perdidas y puede que no lo consigamos, ya que el mundo no espera.

De nosotros y solo de nosotros depende. No nos defraudemos.

viernes, 8 de junio de 2012

Economía = confianza

Poco a poco se empiezan a oír voces a favor de dejar de ser machaconamente catastrofistas sobre la crisis, incluso de periodistas e informadores, que se van dando cuenta de que éste no es el camino.  Y no lo es no solo por los sentimientos tan negativos que despierta este bombardeo, sino porque toda, absolutamente toda la economía se basa única y exclusivamente en la confianza. Vamos a comprar al mercado porque confiamos que a cambio de un pedazo de papel más o menos sofisticado el comerciante nos va a dar comida. En realidad, ese trozo de papel, como las monedas o incluso el oro solo tiene el valor que queramos reconocerle, acordado más o menos entre todos. No siempre ha sido así.

Ya desde el más remoto pasado el hombre ha cambiado cosas: el cazador que deseaba cereales o frutas tenía que dar al agricultor recolector a cambio sus piezas de caza o sus pieles. En este trueque se cambiaban bienes por otros bienes, de modo que si no conseguías hacer el intercambio siempre podías quedarte con ellos. Este sistema implicaba tener que acarrear los bienes, lo que no siempre era práctico ni factible, cuando no peligroso.

El paso siguiente fue asignar un determinado valor acordado entre el comprador y el vendedor a unos objetos de intercambio; esto hacía más fácil el proceso, pero se basaba en dos cosas: un acuerdo previo y la confianza en que a cambio de estas conchas de caurí o de esta bolsa de sal (de ahí la palabra salario) me van a dar un cesto de frutas. Y además comenzó la competencia: yo te doy dos manzanas más por tus conchas que mi vecino. Esto funcionaba bien a pequeña escala, pero al crecer los reinos y los imperios se hizo necesario regularlo y aparecieron las monedas: pequeños objetos, fáciles de transportar, con un valor intrínseco, como la plata o posteriormente el oro, o simbólico, acuñados para demostrar que un determinado gobierno garantizaba su valor o, lo que es lo mismo, que se podía confiar en la moneda.

Las monedas plantearon posteriormente otros problemas, uno de los cuales, la posibilidad de ser robadas y utilizadas por cualquiera, favoreció la aparición de otro medio de intercambio más seguro: unos documentos que identificaban a su propietario y que podían ser cambiados por monedas u otros bienes. En la época de las cruzadas los viajes eran muy largos y los caminos eran inseguros. Los caballeros templarios, de una honradez a toda prueba, disponían de lo que ahora llamaríamos delegaciones en el camino y en la propia Tierra Santa. Un comerciante depositaba su dinero en París y recibía a cambio un documento que podía cambiar al llegar por dinero, sin haberlo transportado ni haber sufrido su robo por el camino. De nuevo aparece la confianza.

Los actuales billetes basaban su confianza en que detrás de cada uno de ellos había guardado en un determinado banco una cantidad equivalente de oro que lo respaldaba. Actualmente ya no es así, en buena parte porque ahora la mayor parte del dinero es electrónico, virtual o como queramos llamarlo: en realidad, no existe. Nunca como ahora la economía, las finanzas o los negocios se han basado tanto en la confianza de todos los implicados; por eso los falsificadores son tan rápida e implacablemente neutralizados.

Y nunca como ahora se ha atacado tanto la confianza en el sistema. Las economías occidentales no han sufrido un tsunami que haya arrasado de forma irreversible sus sistemas de producción: siguen existiendo las cosechas, los rebaños, las granjas... Los modernos medios globales, instantáneos y universales de comunicación son herramientas muy poderosas, y como toda herramienta debe ser utilizada con mucha precaución. Difundir rumores o mentiras, o insistir cada pocos minutos en dar noticias alarmantes aunque sean ciertas solo conduce a una cosa: a que poco a poco, de manera subliminal incluso, se pierda la confianza en el sistema e incluso se pueden tomar decisiones precipitadas o equivocadas.

Todos tenemos que ser conscientes de estos hechos y hacer un esfuerzo activo para salir de esta situación. Los que tienen la responsabilidad de informar deben hacerlo de forma fehaciente y, sobre todo, prudente, haciendo primar la exactitud sobre la oportunidad de la noticia, aunque esto suponga perder una efímera primicia. Los que recibimos la información debemos ser sensatos y selectivos, informándonos en fuentes fiables y absteniéndonos de esparcir rumores, tanto personal como informáticamente.

lunes, 4 de junio de 2012

Lo viejo y lo nuevo: ¿un mundo mejor?

Vivimos en un mundo en permanente cambio,y a veces nos sentimos un poco perdidos, aunque no sepamos por qué.

El ser humano es capaz de adaptarse a condiciones muy variadas, pero siempre que el cambio sea paulatino. Antiguamente se viajaba muy despacio, y esto proporcionaba el tiempo necesario para que tanto nuestro cuerpo como nuestra mente fueran asumiendo los cambios de iluminación, temperatura, alimentación... Sin embargo, en la actualidad podemos pasar en apenas unas pocas horas del más tórrido verano al más crudo invierno, y el cuerpo lo acusa, y mucho.

La mente también necesita tiempo para adaptarse a los cambios y las novedades, y el problema del momento presente es precisamente la gran cantidad de ellos que se han producido en unos pocos años. Hemos pasado de la radio a la televisión en blanco y negro,  a la televisión en color,  a los vídeos y los CDs, a los ordenadores, a Internet... y todas estas cosas nos han cambiado la vida de forma real y permanente. Y esto es bueno porque simplifican tareas tediosas y permiten dedicar el tiempo a lo que realmente importa... ¿o no? El problema es cuando tanto avance se convierte en un fin en sí mismo, insaciable y absorbente, en continua actualización (¿actualización?): dedicamos entonces nuestros esfuerzos a tener  lo último y no nos queda tiempo para disfrutar.

Quizá los que ya peinamos canas y nos hemos mantenido al día estemos en mejores condiciones de apreciar en lo que valen todos estos avances, precisamente porque hemos vivido sin ellos. No dejo de maravillarme cada día que trabajo con un ordenador, cuando pongo en microondas, cuando hago largos viajes en un coche que me habla, ¡con aire acondicionado!, y recuerdo cómo eran las cosas antes. Me gusta este mundo porque creo haber sabido poner cada cosa en su sitio.


Sin embargo, leo y oigo cosas que me sorprenden. Por ejemplo: "el ecógrafo es el fonendoscopio del siglo XXI". No. El ecógrafo, cada vez más asequible, es un instrumento formidable, pero eso no quita mérito alguno a nuestro querido fonendoscopio, y hay que saber utilizar ambos. Lo más importante sigue siendo el criterio de cada uno a la hora de utilizar la tecnología, y perder esto de vista puede suponer un serio problema.

Hay más ejemplos de esto: la eliminación del código morse en los exámenes de radioaficionado tras la invasión de la informática también en este ámbito, el ver en lugar de leer, teclear en vez de escribir, y el que a mí más me duele: depender de calculadoras para la más simple suma, lo que lleva aparejado no solo no saber hacer operaciones, sino haber perdido el más elemental criterio matemático que nos lleva a darnos cuenta de que el resultado que hemos obtenido no puede ser correcto: lo ha dicho la calculadora, así que está bien, y además, ¿qué más da 0,3 que 0,03?

Durante casi 300 años se hicieron complicadas operaciones con un instrumento maravilloso: la regla de cálculo. Con ella se hicieron grandes obras de arquitectura, se diseñaron modernos aviones y hasta se llegó a la Luna (los astronautas llevaban reglas de cálculo: nunca fallaban, aunque todo lo demás si lo hiciera). Y si alguien quiere saber algo más, paciencia, que ya lo comentaré: de momento podéis ir abriendo boca en esta dirección: http://arc.reglasdecalculo.org

sábado, 2 de junio de 2012

La única certeza: RIP

Nos pasamos la vida preocupándonos por cosas que no sabemos si van a pasar: seré esto o aquello, tendré esta casa o aquel coche, viajaré aquí o allá... Muchas de ellas se quedan por el camino,  junto con grandes cantidades de tiempo y esfuerzo malgastados.

Y sin embargo, hay una sola cosa cierta:


Exacto: más tarde o más temprano,  vamos a morir. Todos.

Muy pocas culturas han sido capaces de asumir esta realidad. Algunas la dignifican y concentran sus energías en hacer las cosas bien y en terminar con honor y dignidad, como los samuráis. Otras lo asumen como una realidad inevitable y que pone en su justo lugar el resto de las "grandes" preocupaciones de la vida, como hacen los massais. Y las más la ignoran cuando no la niegan, la ven como algo negativo y la rodean de una  absurda parafernalia en un desesperado intento por evadirse de la realidad.

La vida es hermosa y hay que disfrutarla cada momento, en cada detalle: precisamente saber que se termina la hace más preciosa. No puede haber vida sin muerte, como no hay luz sin sombra. ¿Da miedo? Solo al principio cuando se piensa en ello. Y una vez más, el humor nos ofrece una alternativa para cambiar el punto de vista sobre este tema.

Aitor L. Eraña es el autor de la tira RIP, que se puede encontrar cada martes y cada jueves en http://riptira.es y que lleva ya editados dos libros con ellas. Su lectura es una delicia: bien pensada, mejor dibujada y muy inteligente.