En primer lugar, somos muchos y muy diferentes. Cuando se piensa en lo que ha pasado en Islandia y se pone como ejemplo de un pueblo que rechaza y castiga a gestores y gobernantes corruptos o ineficaces se corre el riesgo de intentar extrapolar aquí esa situación. Ya solo el número de españoles hace muy complicado emprender acciones eficaces (aunque las redes sociales se están revelando como una herramienta de información y convocatoria formidable), a lo que hay que sumar unos "nacionalismos" absurdos en pleno siglo XXI por muy antiguos que pretendan ser, y que solo contribuyen a debilitar la unión mediante el enfrentamiento.
La cultura en sentido amplio nunca ha sido una prioridad, y ahora mucho menos. Se fomenta y se busca el éxito fácil, la satisfacción inmediata, el "todo vale y nada importa". Y un pueblo sin cultura ni valores definidos es presa fácil para un sistema político que solo aspira a perpetuarse, con una u otra cara. A los que intentan planar cara se les echa encima toda la maquinaria del estado, informativa, legal y hasta físicamente represiva.
Al amparo de la "legitimidad" de las urnas, la clase política se ha ido rodeando de una serie de prebendas absolutamente injustas y desproporcionadas. Ya comenté en una entrada anterior la necesidad de contar con políticos adecuadamente cualificados; además, es necesario que el sistema ofrezca muy pocos atractivos para los que pretenden enriquecerse con él. Se puede hablar de una remuneración acorde con la responsabilidad del cargo y de la posibilidad de retomar el trabajo anterior una vez terminada la legislatura, pero nadas más. ¿Por qué se consiente que los políticos se autoconcedan subidas salariales, exenciones fiscales, dietas absurdas y pensiones escandalosas y sin haber cotizado lo mismo que cualquier otro español?
Y hay otras muchas cosas que no se entienden: estructuras ineficaces como el senado, que ningún partido acepta eliminar, posibilidad de que no gobierne el más votado por acuerdos oscuros y sujetos a intereses que nada tienen que ver con el bien común, sistemas electorales que penalizan a formaciones más votadas por la decisión de aplicar un sistema de "compensación" de diferencias, listas electorales cerradas... situaciones todas que cuando se denuncian tropiezan con un muro político protegido por una serie de "razones" que van desde la exposición de las dificultades que supondría un cambio hasta la amenaza de estar atacando el "orden constitucional" (?)
Todo este sinsentido puede contemplarse como un excelente tema de tertulias y charlas de café cuando la situación general de un estado es básicamente buena, lo que revela en cualquier caso una trementa inmadurez de todos los implicados. Pero en tiempos de crisis tan graves como la que estamos viviendo, estas cuestiones pasan a ser temas muy candentes, capaces de estallar en cualquier momento y de dar lugar a situaciones de violencia y desorden públicos como ya se han visto en países denuestro entorno. Lejos de darse por enterados, los políticos de todo signo se hacen fuertes en sus baluartes y defienden sus prebendas a capa y espada mientras los más desfavorecidos sufren en propia carne las consecuencias de su incompetencia.
Cuando ya no se tiene nada que perder se corre el riesgo de llegar a situaciones extremas y sin vuelta atrás. Cualquier gobernante con dos dedos de frente, aunque carezca de preparación y de valores morales, debería darse cuenta de ello y empezar a actuar en consecuencia. En un sistema ideal, el gobernado confía en el gobernante y ésta actúa con plena consciencia de esta confianza; en un sistema corrupto se utiliza el miedo en todas sus formas y matices. La cuestión es que ahora empiezan a ser los gobernantes los que temen al pueblo soberano, y hacen bien.