domingo, 14 de octubre de 2012

Todos somos igual de diferentes.

Los seres vivos compartimos una herencia genética con unos rasgos curiosamente uniformes. Es muy  poco lo que a nivel genético nos separa de las lombrices, y mucho menos aún lo que nos diferencia del resto de los primates; las diferencias entre personas tienen que buscarse  casi a nivel molecular en el ADN. En una fase del desarrollo intelectual aprendemos la diferencia entre "nosotros" y "yo", y empezamos a querer ser únicos, pero siempre con un cierto miedo a la soledad que nos conduce una y otra vez al grupo. Cuesta mucho, y algunos no lo consiguen nunca, superar esta fase de pertenencia grupal.

La astrología pretende que la situación relativa de una serie de cuerpos celestes, observada desde nuestro planeta, y en el momento de nuestro nacimiento predice y condiciona nuestro carácter para siempre. Sonreímos con suficiencia ante los horóscopos, pero podemos caer fácilmente en despropósitos muy similares, y encima estar orgullosos de ellos. Por ejemplo: nacer en un determinado lugar nos hace diferentes de los del pueblo más cercano. No crecer en el pueblo, ojo, sino simplemente haber nacido en él. Y la diferencia entre los dos pueblos puede ser algo tan crucial como el idioma o tan sutil como una frontera geográficamente inexistente dibujada nadie sabe cuando, por quién ni por qué.

El lenguaje es la expresión de la inteligencia humana, y lo materializamos con el idioma. Los diferentes idiomas que los diferentes grupos de seres humanos han desarrollado a lo largo de la historia han supuesto un serio problema para la comunicación a medida que el mundo se ha ido haciendo cada vez más pequeño. A lo largo de la historia ha sido necesario disponer de un idioma común que permitiera el entendimiento entre diferentes pueblos según se iban diluyendo las fronteras y cada vez tomábamos más conciencia de nuestra situación real como pasajeros de una gran nave que se desplaza por el espacio a velocidad de vértigo, todos y cada uno de nosotros.

Sin embargo, y quizá por ese miedo atávico a la soledad personal, estamos asistiendo a una vuelta atrás hacia planteamientos propios de hace siglos: soy diferente (léase mejor) porque nací aquí, tengo un idioma propio (y mejor) que los del pueblo de al lado, y quiero seguir así para siempre. No quiero mantener unas tradiciones que amo y deseo que perduren, no: quiero que nada cambie en mi reducido mundo y haré lo que sea para que así ocurra, contra viento y marea... y contra lo que haga falta. Al principio causa sorpresa este planteamiento, pero en cuanto se lleva a la práctica lo que da es miedo. Miedo porque lo diferente se ve como malo y se margina en el mejor de los casos o hasta se ataca en cuanto se decide que es el enemigo. Miedo porque supone un paso atrás en la evolución lógica de un mundo cada vez más global. Miedo porque es campo abonado para que los radicalismos campen por sus fueros y para que la violencia haga acto de presencia. Miedo porque ha pasado antes, no hace tanto ni tan lejos de nosotros, y no aprendemos.

Cada uno de nosotros es único y diferente, y la inmensa mayoría tiene algo que aportar. Cierto que hay fanáticos, integristas, psicópatas... pero la gran mayoría de las personas solo quiere vivir y dejar vivir, en armonía y con la mayor felicidad posible. Es precisamente esta diversidad, esta diferencia, lo que más nos enriquece; empeñarnos en conservar la así llamada "pureza" de lo que sea supone cerrar la puerta al progreso, estancarse o, lo que es peor, retroceder. Y esto lleva, más temprano que tarde, a la extinción, con lo que se consigue el efecto contrario al que se pretendía.

Solo las grandes obras, las grandes ideas, culturas y tradiciones han soportado el paso de los siglos, manteniendo válidos sus planteamientos incluso en estos tiempos tan convulsos. ¿Queremos que "lo nuestro" siga este camino? Pues apliquémonos a mejorarlo, a engrandecerlo, a liberarlo de ataduras: hagámoslo universal en vez de local y entendamos de una vez que lo que hace grande al ser humano en su conjunto son precisamente todos y cada uno de los seres humanos, todos igual de diferentes.

Escrita, como todas las entradas de este blog, para mí pero pensando en Manuel, @alborocio enTwitter.

martes, 2 de octubre de 2012

La salud no tiene precio... pero es muy cara.

Hace ya unos cuantos años, más de veinte, cuando empecé a darme cuenta de la realidad de la sanidad pública, empecé a considerar y a hacer partícipes a mis conocidos de los problemas de un sistema sanitario universal y gratuito. Eran tiempos de vacas gordas y se actuaba y se gastaba con una preocupante alegría, con el convencimiento de que fueran cuales fueran los resultados, el Estado cubriría los gastos. No parecía muy lógico, pero era lo que había y cualquier advertencia en ese sentido caía en saco roto.

La consejería de sanidad de cierta comunidad autónoma distribuyo unos carteles por todos los centros sanitarios. Se mostraban una serie de conocidas tarjetas de crédito: "Con esta tarjeta puedes comprar un vestido". "Con esta tarjeta puedes comprar un coche". "Con estas tarjeta puedes ir al cine"... y terminaba con una tarjeta sanitaria: "Pero solo con esta tarjeta lo tienes todo por nada, ya". Se pueden sacar muchas conclusiones, empezando por el concepto de compra a crédito, pero la última frase transmitía un mensaje que reforzaba lo que muchos pensaban: que la sanidad era gratis, que ya la tenían pagada con los descuentos de la nómina. Y si se decía esto era porque realmente los responsables políticos así lo creían.

Un par de años antes, un recién nombrado gerente de un gran hospital de otra comunidad tuvo la ocurrencia de entregar a los pacientes que se iban de alta tras operarse una factura marcada "pagado", para que fueran conscientes de lo que había costado su intervención. Ni que decir tiene que fue fulminantemente cesado.

Otra joya de entonces: los presupuestos compartimentados en partidas. Casi todos los años se compraban sillones, sillas y mesas, a pesar de que los que había podían aguantar perfectamente un par de años más. La razón era que si no se gastaba la cantidad asignada,  se minoraría del presupuesto del siguiente año.

- Pero, ¿no se puede destinar ese dinero a otras partidas deficitarias?
- De ninguna manera: son partidas diferentes y no se pueden pasar fondos de una a otra.
- ¡Pero el dinero sale del mismo sitio, o sea, de los impuestos de todos!
- Es lo que hay. ¿Cuantas sillas te apunto?

Y una conversación de madrugada, tras un laborioso accidente de tráfico, con el entonces gerente, también cirujano (es lo que tienen los hospitales pequeños):

- Dentro de 15 años se jubilan unos 10.000 médicos.
- Y en las facultades de medicina se nota un bajón de matrículas, por cierto.
- No nos quedaremos sin médicos, ¿verdad?
- Hombre, faltan 15 años: tiempo tenemos para remediarlo.

Ahora, en momentos de crisis, se mira todo con lupa y se busca la manera de ahorrar, también en sanidad. Lo malo es que lo único que se les ocurre a los gobernantes y gestores es recortar o, lo que es peor, privatizar la sanidad pública, bien "externalizando" una serie de actividades, bien adjudicando directamente nuevos hospitales a empresas privadas- ¿De verdad no hay otra forma de hacerlo? Los profesionales que trabajamos desde hace muchos años en este sector sabemos perfectamente de dónde se podría ahorrar de forma eficiente, científica y, sobre todo, sostenible, pero nadie nos pide consejo. Ítem más: si lo damos, nos ignoran.

Hace muchos años, el estado de Oregón plasmó la situación de su atención sanitaria en el llamado Plan Oregón. Un grupo de trabajo compuesto por políticos, gestores profesionales, sanitarios, representantes sociales y ciudadanos definieron una lista de problemas de salud ordenados por criterios de relevancia para la sociedad; esta lista se actualiza de forma periódica según se solucionan los problemas o aparecen otros nuevos. El segundo paso es determinar los fondos públicos disponibles para sanidad y de acuerdo con ellos se financian los diferentes problemas hasta que se acaba el dinero. ¿Queremos financiar, por ejemplo, una campaña de vacunaciones contra el papiloma? Hay dos alternativas: modificamos el orden de la lista o subimos los impuestos, pero poniéndonos todos de acuerdo, ya que el dinero es el que es y los problemas son los que son, y no hay más cera que la que arde.

Igual que aquí, vamos.