domingo, 2 de septiembre de 2012

Ciencia, superstición, pseudociencia y estafas

Desde el principio de los tiempos el ser humano se ha tenido que enfrentar al medio que le rodeaba para poder sobrevivir en él. Esto implicaba conocer y entender unas cuantas cosas: las hierbas comestibles y las venenosas, las costumbres de los animales que cazaba o que le podían cazar, los ciclos de las estaciones, la fabricación y utilización de utensilios y ropas de abrigo... Poco a poco, la sociedad humana se fue complicando: se alcanzaron logros técnicos y sociales que hacían difícil que una sola persona pudiera abarcar todo el conocimiento, pero tampoco era ya necesario, ya que cada uno se desempañaba en su actividad y recurría a otros para solucionar problemas que requerían otros conocimientos.

La cantidad de conocimiento y la prolijidad y complejidad del mundo actual son realmente abrumadoras y resulta difícil siquiera asomarse a ellas. Y lo que es peor: se puede vivir sin apenas conocimientos, aunque quizá sea más apropiado llamarlo "pasar por la vida". Como indefectiblemente todos nos acabaremos enfrentando a situaciones que escapan a nuestra comprensión surgirán varias maneras de enfrentarse a ellas, sin olvidar la más utilizada: ignorarla, esperar que no nos afecte, reclamar a voces la ayuda a la que creemos tener derecho y lamentarnos amargamente cuando las consecuencias nos arrollan ¿No suena familiar? A la hora de manejar  el mundo que nos rodea, y sin entrar en temas de creencias o religiones, nos encontramos con dos protagonistas: la ciencia y la superstición,  con una desvergonzada insatisfecha: la pseudociencia y con una intrépida oportunista: la estafa.

La ciencia pretende conocer y explicar la realidad mediante el método científico, esto es, utilizando criterios objetivos, mensurables y repetibles, y sirviéndose para ello de todas las herramientas físicas y metodológicas a su alcance. El científico debe ser rígido en el método, humilde en la ignorancia, abierto a los avances, respetuoso con los que disienten honradamente de sus apreciaciones e inflexible con los que intentan imponer ideas arbitrarias. Es la ciencia la que ha permitido el avance de la humanidad, aunque el debate moral sobre muchas de sus facetas siga y deba seguir abierto para que no todo lo que sea técnicamente posible se lleve a cabo sin medir las consecuencias ni valorar si es moralmente aceptable.

La superstición comprende una serie de creencias y procedimientos que tuvieron un papel importante para aliviar el miedo a lo desconocido y la angustia vital de todo ser humano en épocas en las que la ciencia no existía o no podía dar repuestas. A medida que avanzamos en el conocimiento,  las supersticiones deberían ir simplemente desapareciendo, pero es realmente curioso que muchas de ellas pervivan y, sobre todo, que proliferen en tiempos convulsos. Creer que una particular disposición de ciertos astros vistos desde un determinado punto del espacio en el momento del nacimiento de una persona pueden determinar su carácter y predecir sus acciones es muy difícil de entender, pero los periódicos de todo el mundo siguen publicando a diario los horóscopos. Otro tanto podríamos decir de la numerología, las cartas y otros medios de adivinación.

La pseudociencia aparece cuando se intenta justificar una metodología sin base científica con argumentos pretendidamente científicos, argumentos que no resisten un análisis riguroso pero que atraen a los incautos y les hacen confiar. Sus efectos son aleatorios y muchas veces dependen de las esperanzas puestas en ellos por los que utilizan estos procedimientos. Y lo pero es que llegan a convencer a ciertos científicos, que llegan a avalarlos: pensemos en cursos impartidos en colegios profesionales y en cátedras ¡de homeopatía!, que para nuestra vergüenza existen en España. Este pretendido barniz científico hace que la pseudociencia sea especialmente peligrosa.

Pícaros y estafadores han existido desde que el hombre decidió vivir en comunidad. En los tiempos modernos asistimos a un auténtico bombardeo de "soluciones" increíbles: dispositivos que por su sola proximidad a una tubería descalcifican el agua, artilugios que aprovechan los picos de corriente que pagamos y no utilizamos, estimuladores de diversas funciones corporales mediante colocación de parches en las zonas más insospechadas de nuestra piel... son solo algunos ejemplos. ¿Cómo es posible que alguien pueda creer nada de esto? La respuesta es muy triste: la falta de una adecuada educación básica hace a los pueblos vulnerable a charlatanes que intentan enriquecerse a costa de la ignorancia de los principios básicos de la ciencia que todos y cada uno de nosotros deberíamos haber recibido y que, si bien pueden haber estado dormidos mucho tiempo, se manifestarían de inmediato como una alarma.

No se trata de imponer nada a nadie: cada cual puede escoger su manera de enfrentarse a la vida, pero es exigible una mínima coherencia con la elección.  No es de recibo que se pretenda implicar a un científico en planteamientos pseudocientíficos o en que de por buenas ciertas supersticiones. Tampoco se trata de declarar un vencedor en esta competición, pero no deja de resultar llamativo el empeño de las otras tres en que la ciencia acepte y sancione sus conclusiones. Por algo será.