domingo, 11 de agosto de 2013

Saber lo que se hace.

La tecnología es algo impresionante, y no me refiero a las variaciones sobre el mismo tema que aparecen cada pocos meses y que hacen parecer obsoletas cosas recién compradas. Me refiero al hecho en sí mismo y en como nos ha cambiado la vida, casi sin darnos cuenta.

En estos momentos conviven tres generaciones en lo que respecta a las tecnologías. Por un lado están las personas, generalmente mayores aunque no siempre y con excepciones, como en todo, que se sienten sobrepasadas y a las que les cuesta manejar el mando de su nueva televisión. Hay que reconocer que esos mandos son muy e innecesariamente complejos, y que no tiene por qué ser así. Todavía tengo una televisión "de las viejas" pero con un mando de doble cara: por una, lo necesario para casi cualquier ocasión, y por la otra, todos los controles posibles... que no llegan ni a la mitad de los de los aparatos más modernos.

En el otro extremo están los más jóvenes, que han nacido en medio de un océano de dispositivos de todo tipo y que manejan con soltura. Siempre a la última, dependen de sus chismes para algo tan sencillo como hablar y relacionarse, hasta el punto de considerarlos un derecho fundamental e inalienable. No los entienden, en realidad, ni conocen sus implicaciones ni sus inmensas posibilidades: son sustitutos y cubren unas carencias de las que no son conscientes.

Y en el medio está mi generación. Nacimos con la radio (de válvulas), los lápices, las plumas con tintero, los tiralíneas (y algunos afortunados, con los estilógrafos), las fichas como medio de almacenar la información, la regla de cálculo para los especialistas... y aprendimos cómo hacer las cosas, con esfuerzo y con tiempo, que es la única manera de aprender. Poco a poco al principio, pero cada vez más deprisa, aparecieron nuevos artilugios: la televisión, los transistores que permitieron tener una radio portátil, las cintas de cassette, la televisión en color, las calculadoras, los relojes digitales, los nuevos sistemas de almacenamiento y recuperación de información y de música, el GPS y los ordenadores, que lo han cambiado todo.

Mi generación asistió y asiste a estos cambios con alegría: simplifican la vida, ofrecen más tiempo libre y hacen posibles cosas antes impensables para un individuo aislado. Quizá porque hemos vivido y trabajado sin ellos sabemos apreciarlos en lo que valen, y sabemos separar el grano de la paja, lo realmente novedoso de las tonterías. Somos conscientes de lo que hacemos en cada momento y de cómo era antes, y no dejamos de maravillarnos de lo que tenemos entre manos. Y nos llama poderosamente la atención que la nueva generación disponga de aparatos de una capacidad y una
potencia impresionantes y que no sepan, no ya valorarlos, sino simplemente sacarles todo el partido posible.

Cuando uno sabe lo que hace, las ayudas son muy apreciadas, pero si no las hay o si se estropean se puede seguir adelante con un poco o un mucho más de esfuerzo. Sin embargo, cuando nunca se entendió el proceso porque una máquina se encargaba de todo se cometen errores o directamente se queda uno bloqueado y sin saber por dónde seguir. Una multiplicación por 0,3 o por 0,03 supone una diferencia de 10 veces en el resultado: esto saltaría a la vista si en vez de por 3 fuera por 30, pero los decimales lo esconden todo, y si no se tiene costumbre de anticipar el resultado y se cree uno a pies juntillas el resultado de la calculadora, las consecuencias pueden ser mortales.

Acostumbrarse, o mejor, acomodarse, a las "ayudas" tecnológicas sin cuestionarlas y sin intentar ver un poco más allá de ellas nos hace caer en una dependencia muy peligrosa: cuando tal ayuda falta, nos perdemos. Pensemos, sin ir más lejos, en los automatismos de los coches modernos, en la dependencia del GPS para orientarnos (sin conocer sus limitaciones), ¡en la posibilidad de quedarnos sin teléfono móvil aunque solo sea por unas horas!

Por eso considero muy interesante plantearse ante cualquiera de estas situaciones un escenario en el que tuviéramos que desenvolvernos con lo mínimo e incluso con menos. ¿Sobreviviríamos sin tantos apoyos? Es un buen ejercicio... que puede sernos de gran ayuda si llega la ocasión.


1 comentario:

  1. El único día que sí llevo móvil es el de las guardias. Tengo un móvil antiguo que siempre está apagado (y con frecuencia sin pilas) que llevo en el bolso porque tengo que conducir, por si surge una emergencia. Tener algo que permite localizarme en cualquier momento me agobia, es casi como estar de guardia, no le veo la gracia. No me gusta esa sensación. Si estoy fuera de casa no quiero hablar por teléfono, en medio de cualquier lugar, a nadie, más que mi interlocutor y a mí, le interesa nuestra conversación. No uso GPS, así me va a veces, sé por experiencia que no conviene fiarse de Google Maps porque las calles pueden aparecer con otros nombres. No soy antitecnología, lo único es que creo que tiene su momento y en mi caso no son las 24 horas del día.
    Un beso: Sol

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